“Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad" (Confucio).
3 Dijo Dios: «Haya
luz», y hubo luz. 4 Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la
oscuridad; 5 y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y
atardeció y amaneció: día primero.
No hay cosmología y
cosmogonía en el mundo que no haga referencia al fuego y a su indiscutible
presencia primigenia. Generador de todo y destructor, base principal de los
opuestos, elemento necesario de la creación, las llamas son el principio. En
algunas ocasiones son también el fin. Sólo tenemos que pensar en el infierno,
el escenario dantesco del sufrimiento de las almas impuras para recordar que el
fuego tiene muchas dimensiones. Pero centrémonos en el fuego como fuente de luz
y en la luz proveniente del fuego incandescente del sol, que tienen en las
velas sus humildes pero muy valiosas imitadoras. Vamos a repasar algunos textos
sagrados y algunos mitos fundacionales que recrean el origen de cómo llegamos
al mundo y cómo nos relacionamos con el universo.
El fuego, el aire, la tierra y el agua se unen en las ceremonias hindúes en las que los brahmanes dirigen rituales con velas que viajan sobre las aguas sagradas de los ríos, desde las orillas de la tierra de los lugares santos, consumiendo el aire con la fuerza del fuego.
El fuego, el aire, la tierra y el agua se unen en las ceremonias hindúes en las que los brahmanes dirigen rituales con velas que viajan sobre las aguas sagradas de los ríos, desde las orillas de la tierra de los lugares santos, consumiendo el aire con la fuerza del fuego.
“En lo más profundo de
mi alma, siento desolación. Mi mente no puede discernir cuál es mi deber. Como
tu discípulo, vengo a Ti en súplica, en Ti busco refugio; por favor, sé la luz
que aparte la oscuridad de mi confusión”.
En el libro sagrado de los
musulmanes, el Corán,
la palabra Luz aparece hasta en 54 ocasiones. En el pequeño pero poderoso Bardo
Thodol o “Libro Tibetano de los Muertos” la palabra Luz aparece unas 20 veces.
No en vano el concepto principal del Budismo sería el de la “IIuminación”; no
podemos sustraernos a reproducir uno de sus bellos fragmentos como el que
sigue:
“La luz es la energía
vital/La llama sin fin de la vida/ Un ondulante y siempre cambiante torbellino
de color puede apoderarse de tu visión. / Esta es la incesante transformación
de la energía. /El proceso vital. /No temas. / Entrégate a él./Únete./ Forma
parte de ti. /Tú eres parte de él”.
Sin poder dejar
de referenciar a la cultura Egipcia Antigua, llama la atención que uno de sus
documentos más emblemáticos, “El libro de los Muertos”, según algunos estudiosos podría
haberse conocido como el “Libro para salir al día”, en referencia a “alcanzar
la Luz o inmortalidad”.
En la mitología griega La diosa Noche tuvo dos hijos: Éter y Día. El primero ilumina a los dioses y a las capas altas de la estratosfera y el segundo ilumina a los mortales para que puedan ver. En una alternancia continua madre e hija / Noche y Día, dejan que los mortales gocemos del sentido de la vista. Estamos hablando de luz y de mitología griega como preámbulo de las velas; por eso no podemos dejar de mencionar la importancia del fuego en esta maravillosa explicación del origen del mundo:
En la mitología griega La diosa Noche tuvo dos hijos: Éter y Día. El primero ilumina a los dioses y a las capas altas de la estratosfera y el segundo ilumina a los mortales para que puedan ver. En una alternancia continua madre e hija / Noche y Día, dejan que los mortales gocemos del sentido de la vista. Estamos hablando de luz y de mitología griega como preámbulo de las velas; por eso no podemos dejar de mencionar la importancia del fuego en esta maravillosa explicación del origen del mundo:
“Llegará
el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la
gravedad, aprovecharemos la energía del amor. Y ese día, por segunda vez en la
historia del mundo, habremos descubierto el fuego." Pierre Teilhard De
Chardin
Recordemos la escalofriante historia de
Prometeo que nos legó Esquilo, y recontó Platón. Ellos nos muestran la
importancia del Fuego como elemento imprescindible para la humanidad.
Prometeo fue un héroe que sufrió el castigo de Zeus por robar el fuego para
beneficio de los mortales. Algunos simbolistas ven en la apropiación del fuego
la metáfora de la necesidad humana de hacerse con las cualidades de los dioses.
El mundo clásico no existe sin la referencia a Roma y también allí encontramos vestigios del reconocimiento indiscutible a la fortaleza ígnea. En Roma se adoraba a Vesta, también llamada Aio Locucio, porque cultivaba el arte de mantener el fuego del hogar y del templo interno. Las vestales eran seis vírgenes que velaban por el fuego sagrado, pagando con su vida si en un descuido se apagaba la llama.
En otro punto de Europa se tienen referencias de celebraciones entorno al elemento que nos ocupa. El Fuego de Bel o de Beltare (en Galia se habla de Belenus), un rito dedicado al dios de la Luz que celebraban los celtas el primer día de Mayo. Sólo durante este Festival que transcurría alrededor de coronas de flores se permitía apagar el fuego para volver a encenderlo de nuevo de forma ritual. Nunca faltaba la lumbre en los hogares celtas. Se dice que los Druidas eran capaces de realizar lecturas y adivinaciones a partir del humo de las hogueras. Del mismo modo que se celebraba el solsticio de verano, se celebraba el de invierno, momento en que la luz de las antorchas era más importante que nunca, dada la oscuridad de los días y la necesidad del retorno de la bonanza que garantizaba una buena cosecha. En leyendas nórdicas sobre el fin del vacío originario se sitúa a la tierra como producto del choque entre el norte (Niflheim) y el sur, donde moraban los fuegos de Muspellsheim. De entre las chispas causadas por el choque se formaron las estrellas y los planetas.
Si bien no podemos ocuparnos de la totalidad de culturas que dotan de una dimensión simbólica al fuego y a la luz, la referencia a los Upanishad es obligada. En estos valiosos textos podemos leer: “El rostro de ese Brahma, sentado en medio de la refulgente luz, se encuentra cubierto con una cortina de oro”. De estos textos la gran teósofa Annie Bessan decía que sólo ellos “…muestran cuán alto puede subir el hombre, cómo la Luz del Yo puede resplandecer a través del vaso de arcilla”.
El mundo clásico no existe sin la referencia a Roma y también allí encontramos vestigios del reconocimiento indiscutible a la fortaleza ígnea. En Roma se adoraba a Vesta, también llamada Aio Locucio, porque cultivaba el arte de mantener el fuego del hogar y del templo interno. Las vestales eran seis vírgenes que velaban por el fuego sagrado, pagando con su vida si en un descuido se apagaba la llama.
En otro punto de Europa se tienen referencias de celebraciones entorno al elemento que nos ocupa. El Fuego de Bel o de Beltare (en Galia se habla de Belenus), un rito dedicado al dios de la Luz que celebraban los celtas el primer día de Mayo. Sólo durante este Festival que transcurría alrededor de coronas de flores se permitía apagar el fuego para volver a encenderlo de nuevo de forma ritual. Nunca faltaba la lumbre en los hogares celtas. Se dice que los Druidas eran capaces de realizar lecturas y adivinaciones a partir del humo de las hogueras. Del mismo modo que se celebraba el solsticio de verano, se celebraba el de invierno, momento en que la luz de las antorchas era más importante que nunca, dada la oscuridad de los días y la necesidad del retorno de la bonanza que garantizaba una buena cosecha. En leyendas nórdicas sobre el fin del vacío originario se sitúa a la tierra como producto del choque entre el norte (Niflheim) y el sur, donde moraban los fuegos de Muspellsheim. De entre las chispas causadas por el choque se formaron las estrellas y los planetas.
Si bien no podemos ocuparnos de la totalidad de culturas que dotan de una dimensión simbólica al fuego y a la luz, la referencia a los Upanishad es obligada. En estos valiosos textos podemos leer: “El rostro de ese Brahma, sentado en medio de la refulgente luz, se encuentra cubierto con una cortina de oro”. De estos textos la gran teósofa Annie Bessan decía que sólo ellos “…muestran cuán alto puede subir el hombre, cómo la Luz del Yo puede resplandecer a través del vaso de arcilla”.
Vela se escribe con V de Vida
El escritor cubano José Martí dijo
una vez: “La sencillez es grandeza”. Son éstas dos magníficas cualidades que
definen las velas. Hoy, como hace cientos de años, y como probablemente
en el futuro, las velas iluminan nuestros rostros, nuestros sueños, nuestras
esperanzas, los momentos más cruciales de nuestra vida. Esos cilindros de
combustible sólido, atravesado por una mecha o pábilo, son mucho más que un
sistema ancestral de iluminación, son una proyección de la vida. Una vida
multidimensional porque ilumina físicamente los objetos materiales que se
encuentran a su alrededor y porque las candelas iluminan también aspectos
internos que buscan forjarse con la energía universal. Esos sencillos medios de
recreación del fuego permanecen, casi invariables, a lo largo de las eras y de
las barreras geográficas. Desde los primeros humanos que vieron sorprendidos
que las grasas animales o sebos tenían la propiedad de alimentar las llamas,
hasta las velas ritualizadas y multicolores de hoy, han pasado muchas, muchas
cosas. Las velas han sabido mantenerse al servicio del hombre y de sus sueños,
conservando su esencia, desafiando al tiempo y al espacio.
“No tengo gato, ni perro,
ni velas en ese entierro”
En las casas de ricos
y pobres, de religiosos fervientes y de paganos orgullosos, en reuniones de
gran calado social y de máxima intimidad, las velas tienen su lugar
garantizado, a veces como cómplices, otras como protagonistas. Un amor nace
bajo la tenue luz de las candelas. Cada aniversario llega a su culmen al soplar
las velas que representan la edad alcanzada. En la tradición cristiana se consagra
el matrimonio junto a un enorme velón, su fruto encarnado se bautiza entre
cirios blancos, la Comunión tiene como testigo otros cirios, las esperanzas a
lo largo de la vida se potencian en los altares, una vela a san Antonio
propicia un nuevo amor y una ristra de velas acompañan como testigos mudos los
últimos instantes de los muertos, que no en vano se llaman velatorios. Estar en
vela no es estar solo, sino desafiar a la noche, es estar despierto en compañía
de estos fieles testigos de nuestro transitar. En principio “velar” es la
acción de mantenerse despierto y provendría del latín “vigilare”, y de allí la
función dio nombre al objeto. En el acto de velar hay un cuidado extremo, sea a
un enfermo, a un difunto, a una tarea que requiera prolongar la jornada o
proteger lo propio de un posible enemigo. Según el diccionario
etimológico de Ferrater Mora, los dos términos -vela y candela- se recogen por
primera vez como tales en castellano escrito en 1140. Y si bien el primer
vocablo –vela- hace referencia a la función que realiza, que es permanecer
vigilante, el segundo -candela, que proviene del latín candere (arder)- hace referencia a cómo hace
esa función.
“Es mejor
encender una vela que maldecir la oscuridad" (Confucio).
Las velas han sido
herramientas cotidianas para conjurar la oscuridad de la noche, han sido
servidoras de la Luna e incluso valerosas sustitutas. Han sido testigos
imprescindibles de grandes ceremonias y testimonios de respeto. Iluminan con su
titileo la mirada de la persona amada, que espera nuestra confesión de
compromiso para el futuro. Los cirios expresan la fe del devoto que ruega por
la intercesión del Santo para conseguir su propósito. Una vela grande traduce
un agradecimiento grande del que ha sido bendecido y tiene el corazón lleno de
gratitud. El chasquido de una cerilla contra el áspero rascador inicia el
ritual de un deseo por cumplir. Las velas son ahora sustituidas por luces
coloridas sobre los árboles de Navidad. En los países nórdicos las chicas
llevan coronas con velas y flores en el solsticio de verano.
Aunque las usamos como sinónimos hay pequeñas
diferencias entre una vela, un cirio, una bujía y un velón.
Una vela en principio tendría forma cilíndrica y sería un combustible sólido: cera, parafina, estearina o grasa de origen animal, dispuesto alrededor de una mecha o pabilo.
Un cirio sería una vela de cera, larga y gruesa: el más conocido en nuestra cultura sería el cirio pascual que, al ser muy grande, arde desde el Sábado Santo hasta la Ascensión.
La bujía es una vela de cera blanca, de esperma de ballena o estearina, que suele producirse por inmersión sucesiva de la mecha en el combustible hasta la consolidación de cada una de las capas.
Un velón es una vela gruesa que suele estar protegida y puede fabricarse mediante un molde.
Una vela en principio tendría forma cilíndrica y sería un combustible sólido: cera, parafina, estearina o grasa de origen animal, dispuesto alrededor de una mecha o pabilo.
Un cirio sería una vela de cera, larga y gruesa: el más conocido en nuestra cultura sería el cirio pascual que, al ser muy grande, arde desde el Sábado Santo hasta la Ascensión.
La bujía es una vela de cera blanca, de esperma de ballena o estearina, que suele producirse por inmersión sucesiva de la mecha en el combustible hasta la consolidación de cada una de las capas.
Un velón es una vela gruesa que suele estar protegida y puede fabricarse mediante un molde.
“Hay dos maneras de difundir la luz: ser la vela o el espejo
que la refleja” (Edith Wharton)”
El gran pintor
aragonés Goya colocaba unas velas sobre el ala de su sombrero a modo de
iluminación portátil. Grandes obras maestras del arte, de la literatura, del
pensamiento y del saber han nacido al calor de las llamas de un candil o de una
vela. Su existencia, o no, marcaba las posibilidades humanas de desafiar el
ciclo natural del sol y la luna. Conquistar la noche sólo es posible con la
ayuda de la luz. Conjurar
los miedos y desterrar la ignorancia son dos de los grandes méritos de la luz.
Al hecho de generar una nueva vida se le llama “dar a luz”. A la época en la
que se salió del oscurantismo medieval se la llamó “el siglo de la luces”.
Nuestra cultura occidental debe muchísimo a creadores, filósofos,
escritores y artistas que nacieron y vivieron en países con pocas horas de
luminiscencia solar en invierno. Nuestros saberes primigenios se forjaron bajo
una luz tan tenue que impedía realizar tareas con detalle. ¿Qué hubiera hecho
la humanidad sin las velas?
"Los
grandes son como el fuego, al que conviene no acercarse mucho ni alejarse de
él" (Diógenes)
Las velas:
precursoras de la Ley de la atracción
Las velas son importantes por muchos motivos:
generan luz de manera simple, económica y segura, y sostienen una gran carga
simbólica y ceremonial. Según los expertos, la recreación de los cuatro
elementos primigenios es fundamental para conseguir los propósitos en los
rituales mágicos. Sobre una superficie preparada a tal efecto se disponen junto
a la vela, que representa el fuego, una varilla de incienso, que alude al aire,
un vaso de agua y finalmente una piedra o mineral, que recrea el elemento
tierra.
Determinantes en toda ceremonia mágica, las velas, según sus ingredientes, color, forma, elaboración, uso, usuario e intención, son, y serán siempre, protagonistas. Están presentes en todo ritual que se precie, que se realice como herramienta de poder y evocación de la energía universal. Consiguen llenar los espacios porque su luz se filtra por todos los rincones, consiguen determinar el tiempo, nos recuerdan que hay un fin y también un principio. Nos hacen pensar en la transmutación porque primero fueron sólidas, luego líquidas, para adoptar de nuevo una forma sólida y, finalmente, parecen evaporarse en el aire recordándonos la transitoriedad de todo lo físico. Los grandes mandatarios acuden con respeto a ofrecer coronas de flores a los monumentos donde brilla la llama que simboliza a los muertos en las guerras. Desde Olimpo la llama recorre el planeta donde se encuentran los mejores en las más importantes disciplinas deportivas.
Las teorías más punteras en la literatura llamada de “autoayuda” o “crecimiento personal” hablan sin cesar de la fuerza de la atracción. Las investigaciones que divulgan los entresijos de la física cuántica rompen con la visión tradicional de la realidad y nos señalan las múltiples realidades en las que nosotros podemos ser artífices mediante nuestros pensamientos. Libros como “Pide y se te dará” o “El secreto”, o películas como “¿Y tú qué sabes?” nos descubren cosas que pertenecen a la sabiduría atávica, al legado hermético.
Los Autores catalanes Rovira y Miralles en su libro “ El mapa del tesoro” nos resumen de manera brillante la esencia del libro de Byrne cuando dicen “Que todo lo que nos llega lo atraemos a través de lo que tenemos en nuestra mente, de lo que pensamos, ya que somos grandes imanes”. Las velas nos ayudan a concretar el deseo, a comprender que debemos elevar nuestras vibraciones con la confianza de que el Universo está aquí para recibir nuestras peticiones y para progresar hacia una actitud proactiva hacia lo que uno merece.
Mediante la remodelación de nuestras ideas y la conciencia de nuestro poder, todos podemos generar un futuro colmado de aquello que creemos que es bueno para nosotros. Podemos abandonar la actitud pasiva a la que nos reducen los poderosos y abrir en nuestro interior un espacio no sólo para el deseo, si no para el deseo cumplido. Eso es precisamente lo que han sido siempre simbólicamente las velas, la expresión de un deseo que se materializa gracias al poder del universo. Son una prueba incuestionable de esa íntima certeza de poder, aunque hasta ahora tenían una dimensión puramente instintiva. No se conocía el argumento especulativo fundamental que explica que millones de personas enciendan el fuego que da vida a la vela y da alas a sus deseos. Dicho de otro modo: ¿No son los rituales con velas la forma más ancestral, sencilla e imborrable de esa teoría que sostiene que conseguimos lo que deseamos gracias al impulso de la mente?
Si seguimos las instrucciones de los rituales con velas, descubrimos que se dan los pasos necesarios para invocar esas circunstancias que nos hacen poderosos. Y más allá de las reacciones químicas necesarias que justifican el proceso, las velas son mágicas porque nos hacen pensar y nos hacen sentir. Poner una vela significa sentir el deseo de algo bueno. Por medio de las velas pedimos al Universo lo que deseamos, pero antes hemos tenido que individualizarlo. Podemos desear muchas cosas, pero sólo las más importantes merecen que inauguremos el ritual de la vela. La exclusividad e importancia de las velas nos obligan a priorizarlo. Mientras la llama desciende consumiendo la cera y acercándonos a nuestros sueños, la vela exige la recreación mental de los hechos que queremos conseguir. En eso consiste la tarea de visualización. Ésta es para muchos una de las herramientas fundamentales del éxito futuro. La literatura de crecimiento personal así lo afirma sin ambages. Y el paso posterior al disfrute de la gracia interpelada por el ritual es el imprescindible agradecimiento. La gratitud es también una fructífera actitud que siembra el camino de la felicidad y la evolución personales.
Determinantes en toda ceremonia mágica, las velas, según sus ingredientes, color, forma, elaboración, uso, usuario e intención, son, y serán siempre, protagonistas. Están presentes en todo ritual que se precie, que se realice como herramienta de poder y evocación de la energía universal. Consiguen llenar los espacios porque su luz se filtra por todos los rincones, consiguen determinar el tiempo, nos recuerdan que hay un fin y también un principio. Nos hacen pensar en la transmutación porque primero fueron sólidas, luego líquidas, para adoptar de nuevo una forma sólida y, finalmente, parecen evaporarse en el aire recordándonos la transitoriedad de todo lo físico. Los grandes mandatarios acuden con respeto a ofrecer coronas de flores a los monumentos donde brilla la llama que simboliza a los muertos en las guerras. Desde Olimpo la llama recorre el planeta donde se encuentran los mejores en las más importantes disciplinas deportivas.
Las teorías más punteras en la literatura llamada de “autoayuda” o “crecimiento personal” hablan sin cesar de la fuerza de la atracción. Las investigaciones que divulgan los entresijos de la física cuántica rompen con la visión tradicional de la realidad y nos señalan las múltiples realidades en las que nosotros podemos ser artífices mediante nuestros pensamientos. Libros como “Pide y se te dará” o “El secreto”, o películas como “¿Y tú qué sabes?” nos descubren cosas que pertenecen a la sabiduría atávica, al legado hermético.
Los Autores catalanes Rovira y Miralles en su libro “ El mapa del tesoro” nos resumen de manera brillante la esencia del libro de Byrne cuando dicen “Que todo lo que nos llega lo atraemos a través de lo que tenemos en nuestra mente, de lo que pensamos, ya que somos grandes imanes”. Las velas nos ayudan a concretar el deseo, a comprender que debemos elevar nuestras vibraciones con la confianza de que el Universo está aquí para recibir nuestras peticiones y para progresar hacia una actitud proactiva hacia lo que uno merece.
Mediante la remodelación de nuestras ideas y la conciencia de nuestro poder, todos podemos generar un futuro colmado de aquello que creemos que es bueno para nosotros. Podemos abandonar la actitud pasiva a la que nos reducen los poderosos y abrir en nuestro interior un espacio no sólo para el deseo, si no para el deseo cumplido. Eso es precisamente lo que han sido siempre simbólicamente las velas, la expresión de un deseo que se materializa gracias al poder del universo. Son una prueba incuestionable de esa íntima certeza de poder, aunque hasta ahora tenían una dimensión puramente instintiva. No se conocía el argumento especulativo fundamental que explica que millones de personas enciendan el fuego que da vida a la vela y da alas a sus deseos. Dicho de otro modo: ¿No son los rituales con velas la forma más ancestral, sencilla e imborrable de esa teoría que sostiene que conseguimos lo que deseamos gracias al impulso de la mente?
Si seguimos las instrucciones de los rituales con velas, descubrimos que se dan los pasos necesarios para invocar esas circunstancias que nos hacen poderosos. Y más allá de las reacciones químicas necesarias que justifican el proceso, las velas son mágicas porque nos hacen pensar y nos hacen sentir. Poner una vela significa sentir el deseo de algo bueno. Por medio de las velas pedimos al Universo lo que deseamos, pero antes hemos tenido que individualizarlo. Podemos desear muchas cosas, pero sólo las más importantes merecen que inauguremos el ritual de la vela. La exclusividad e importancia de las velas nos obligan a priorizarlo. Mientras la llama desciende consumiendo la cera y acercándonos a nuestros sueños, la vela exige la recreación mental de los hechos que queremos conseguir. En eso consiste la tarea de visualización. Ésta es para muchos una de las herramientas fundamentales del éxito futuro. La literatura de crecimiento personal así lo afirma sin ambages. Y el paso posterior al disfrute de la gracia interpelada por el ritual es el imprescindible agradecimiento. La gratitud es también una fructífera actitud que siembra el camino de la felicidad y la evolución personales.
Los débiles esperan sus oportunidades, los fuertes las
crean.ORISON S. MARDEN
Los expertos recomiendan que antes de encender una vela nos procuremos un lugar
tranquilo y silencioso, y que busquemos a la vez una actitud interior: debemos
relajarnos, concentrarnos y meditar sobre la oportunidad de nuestra solicitud.
Mientras se consume la vela, la visualización y recreación de aquello que
pedimos es fundamental; la intensidad y minuciosidad con que lo hagamos
contribuirán a la creación de esa realidad. ¿No son las velas pues una forma de
intensificación de la creación de realidad mediante el pensamiento?
“La
ciencia no es para el borrego, ni las velas para el ciego”
Porque no sólo de
Europa y Asia está hecha la cultura fundacional de la humanidad. Recogemos unas
breves referencias a la perspectiva precolombina que confirma la ubicuidad de
la hegemonía de la luz como elemento generador. El Popol-Vuh, o Libro del
Consejo o Libro de la Comunidad de los Indios Quichés mejicanos hace referencia
a la Luz originada a través del relámpago. Según consta en el famoso Códice
Mendoza y confirman investigadores actuales, en todos los pueblos de
Mesoamérica se realizaba la ceremonia de Fuego Nuevo que consistía en quemar
los iconos y otros elementos votivos para posteriormente reconstruirlos a
modo de renovación. Su coincidencia con un fenómeno astronómico hacía que se
realizase cada 52 años y en algunos casos con mayor frecuencia. Las evidencias
más antiguas se remontan a la época del esplendor de Teotihuacan (siglo III
después de Cristo), pero es probable que fuera practicada ya desde tiempos
olmecas (milenio II antes de Cristo). También el Códice Florentino, escrito por
Fray Bernardino de Sahagún, que trabajó por conocer las raíces de la lengua y
cultura Nahuas, nos da cuenta de la existencia del dios de Fuego o Xiuhtecutli
o Iscaçauhqui al que se le ofrecían sacrificios humanos extrayéndolos de las
llamas para extirparles el corazón, antes de que se consumieran en su
totalidad.
En el famoso “Libro
de san Cipriano” también
llamado "Tratado completo de la verdadera Magia", escrito por el
monje alemán Jonás Sufurino y retomado por Papus, se habla del fuego hasta en doce ocasiones para señalar
una prueba clara de su simbolismo mágico. Los ejemplos de textos que hacen del
fuego un protagonista destructor y a la vez creador son demasiado abundantes.
Por ellos mismos merecerían un artículo específico.
Porque no sólo
de Europa y Asia está hecha la cultura fundacional de la humanidad. Recogemos
unas breves referencias a la perspectiva precolombina que confirma la ubicuidad
de la hegemonía de la luz como elemento generador. El Popol-Vuh, o Libro del
Consejo o Libro de la Comunidad de los Indios Quichés mejicanos hace referencia
a la Luz originada a través del relámpago. Según consta en el famoso Códice
Mendoza y confirman investigadores actuales, en todos los pueblos de
Mesoamérica se realizaba la ceremonia de Fuego Nuevo que consistía en quemar
los iconos y otros elementos votivos para posteriormente reconstruirlos a
modo de renovación. Su coincidencia con un fenómeno astronómico hacía que se
realizase cada 52 años y en algunos casos con mayor frecuencia. Las evidencias
más antiguas se remontan a la época del esplendor de Teotihuacan (siglo III
después de Cristo), pero es probable que fuera practicada ya desde tiempos
olmecas (milenio II antes de Cristo). También el Códice Florentino, escrito por
Fray Bernardino de Sahagún, que trabajó por conocer las raíces de la lengua y
cultura Nahuas, nos da cuenta de la existencia del dios de Fuego o Xiuhtecutli
o Iscaçauhqui al que se le ofrecían sacrificios humanos extrayéndolos de las
llamas para extirparles el corazón, antes de que se consumieran en su
totalidad.
En el famoso “Libro
de san Cipriano” también
llamado "Tratado completo de la verdadera Magia", escrito por el
monje alemán Jonás Sufurino y retomado por Papus, se habla del fuego hasta en doce ocasiones para señalar
una prueba clara de su simbolismo mágico. Los ejemplos de textos que hacen del
fuego un protagonista destructor y a la vez creador son demasiado abundantes.
Por ellos mismos merecerían un artículo específico.
Prender velas es una forma de decorar o armonizar el ambiente, pero también pueden
ser muy útiles en la meditación o visualización, incluso en rituales
o ceremonias mágicas, pues el fuego se ha asociado desde tiempos inmemorables
con la profunda transformación y renovación de
las cosas.
El fuego encierra grandes misterios. En todas las culturas se ha hecho uso del
fuego como elemento metafórico de evolución, asociándolo al espíritu y a la
purificación. El fuego es capaz de arrasar con un bosque entero o dar vida a
todo un planeta a través del sol, es símbolo de
vida, de movimiento y energía, elemento de las fuerzas mágicas que forman parte de la naturaleza y su
equilibrio.
Fuego, ritual y transformación
El uso del fuego puede tener interminable
historia pues desde el inicio de los tiempos hasta ahora permanece muy presente
tanto en los hogares como en las ceremonias y meditaciones. Su uso ritual se
enfoca en crear o empujar cambios drásticos en la vida, se dice que es capaz de
quemar la energía densa concentrada y de ayudar a remover obstáculos o
problemas del camino mediante su uso y la intencionalidad de la
ceremonia. Actualmente podemos empaparnos de su encanto por medio de las
velas, la cuales, con sólo una gota de fuego y luz, nos trasladan a todo
lo que su magia y encanto encierran.
Significado de los
colores y las velas
Otro de los encantos de las velas es que, además de
conectarnos con elemento tan poderoso, nos pueden ayudar a acentuar ciertas
virtudes en nuestras vidas mediante el uso y la elección del color. Cada
color vibra a diferentes frecuencias. No es nada nuevo saber que los colores
emiten ciertas radiaciones
energéticas que nos ayudan a ponernos en contacto y a estimular
virtudes, lo cual puede facilitar la fuerza de las meditaciones y a crear
ambientes mágicos en la decoración.
Aquí te damos una
lista de los colores en las velas y el significado de cada uno:
NOTA: el uso de los colores
de las velas se acentúan o debilitan según
la intencionalidad de quien lo usa y del enfoque que se ponga en mover
y destinar su energía.
Velas azules: el azul es un color
frio asociado al agua. Estimula la reflexión y la calma, para momentos en que se requiere gran
concentración. Además, es usado para estimular la memoria y la contemplación,
en la decoración ayuda a crear ambientes calmados y pacíficos. En magia se usa para acentuar y hacer más
fluida la comunicación, pues el azul se asocia al chacra de la garganta, el
azul ayuda a que las relaciones sean más armónicas y fluidas.
Velas rojas: un color asociado al fuego, al cambio, al amor y lo sexual. Se usa en magia para atraer al ser amado y cuando se inician
proyectos (como relaciones, negocios, matrimonio, etc). Es un color
asociado al chacra raíz, por lo que ayuda a la persona a poner los pies en la
tierra y a tener más sentido de la realidad, así como para estimular el sentido
del placer en las cosas que se realizan en la vida.
Velas blancas: el blanco se asocia con la pureza, con lo inmaculado y la
luz divina. El blanco se usa en para purificar ambientes y atraer cosas
armónicas, es un color que atrae paz y ayuda a elevar el ánimo cuando hay
depresión. Las velas blancas ayudan a concentrar
la atención en lo que anhelamos, y absorben la energía fácilmente de quienes
la rodean, por lo que se usan en la práctica de la lectura de velas,
mediante la cual, con velas blancas, algún experto en el tema puede descifrar
la vida y el futuro de esa persona una vez que esta ha pasado la vela por todo
su cuerpo y la vela se ha encendido. Las
velas blancas también son muy útiles cuando hay enfermos en caso, ayuda a purificar sus cuerpos y a que el enfermo encuentre el camino necesario para su
curación.(Se para a la persona , con brazos extendidos y piernas en Y. se pasa
la vela blanca de parafina , por todo el cuerpo por delante y por atrás,
haciendo un circuito, después se enciende y se deja quemar..luego viene la
lectura para acercar más información y herramientas para su propia ayuda).
Velas moradas o magentas: el color de los sacerdotes. Un color místico, asociado a la transmutación de la energía y a la acción mágica o espiritual. Crea un ambiente
místico que trasporta a quien medita con ellas a una conexión espiritual
poderosa. Se usa en ceremonias religiosas, para quienes necesitan desarrollar
la fe y para quienes pasan por el dolor .El dolor de la muerte de una persona
por ejemplo. Muy útiles en meditaciones, visualización y en
decoración para dar un toque realmente profundo y místico al lugar.
Velas doradas: color asociado a la sabiduría, el nacimiento y la renovación. El dorado se
relaciona con el oro y los bienes materiales, así que se usa en
meditaciones o magia para atraer dinero y buena fortuna, a incrementar las
ventas y atraer clientes. Este color nos ayuda a tener una mente más abierta y
a despertar una espiritualidad más entendida y consciente. El dorado nos ayuda,
además, a sentirnos conectados con todo
ser vivo, por lo que se usa en meditación donde se promueve la unidad, haciéndonos
sentir que todos estamos unidos por la misma esencia divina.
Velas verdes: el color verde es el color que predomina en la naturaleza, por lo que se asocia con la salud, el crecimiento, la esperanza,
renovación y lo fresco. El verde se usa como color curativo, está asociado al cuarto chacra,
que es el del corazón, por lo que además se asocia con las relaciones, la
amistad y el amor, pero sobre todo, el amor a uno mismo. El verde da frescura al ambiente, y dispersa una energía de
renovación y bienestar.
Velas marrones (o color canela): se usan para
ayudar encontrar el sentido a los problemas y favorecernos en
tiempos difíciles de las experiencias que parecen no tener solución.
Velas anaranjadas: se asocian con la creatividad, la inteligencia y el poder. Este color se relaciona con el chacra
segundo, el chacra sexual o de la
creatividad (asociado a los órganos sexuales). Se usa en magia para tratar casos
de infertilidad, al ser un color muy estimulante, se usa para levantar el ánimo
y en situaciones difíciles o conflictivas.
Velas amarillas: también se usan
para atraer el dinero y bienes materiales. El color amarillo
se asocia, si como el dorado, con la sabiduría, ayudan a vitalizar ambientes y
a cargarlos de energía fluida y nueva.
Velas y época del año
Navidad y año nuevo son épocas en donde se nos invita a la reflexión y a la meditación, y las velas forman parte de este
ambiente mágico y espiritual. Sin embargo, podemos hacer uso de las velas en
todo momento, siempre es conveniente tener la guía del
elemento fuego en nuestras vidas y, si además combinamos el uso del color y, porque
no, un aroma adecuado como el de lavanda, canela, rosa, etc., las velas pueden ser
grandes amigas y vehículos mágicos para que propiciemos el buen
flujo de energía y la transformación grandiosa en nuestras vidas, recordando
que siempre podemos dar aunque sea un poco a quienes nos rodean. Dar paciencia, comprensión y compartir el conocimiento con
quienes nos rodean puede convertirnos en es pequeña luz del mundo.
LA FORMA DE LAS VELAS, Y SUS USOS
Las
velas son un elemento esencial en la realización de cualquier ritual. Siempre
centramos la energía en el color de la vela, en la cantidad que utilizamos, en
su color, en el día elegido para el rito, pero si también apelamos a las
diferentes formas de velas, aprovecharemos con más intensidad sus beneficios.
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